16 de enero de 2020

Crítica Teatral sobre "Juegos Imperiales"

Juegos Imperiales, Compañía de Máscaras
Un mimo en los tiempos del cólera

El arte del mimo es universal como el teatro mismo, pero con un adicional insuperable: su lenguaje, o mejor, su falta de lenguaje oral-articulado, le granjea al mimo una voluntad de llegada para el receptor de cualquier idioma. Y de cualquier edad, porque se necesita poco para entender el habla paralingüística de ese conversador del cuerpo. Considerado menor por el trabajoso y estentóreo actor parlante, menos visitado por la audiencia —nunca mejor usado: pareciera que va a oír y no a veres sin embargo el que más puede decir, más comunicar y emocionar. 
Y otra vez, el mimo vence. La Compañía de Máscaras, encima, duplica la metodología, porque los dos actores se calzan una en la cara que no se sacarán, obligando a leer la gestualidad corporal. De suyo, el pantomimo (el que imita todo, y con todo) suele actuar enharinado, borradas las muecas o exageradas, que es lo mismo, aplanadas en el blanco cara. Pero al ponerse la máscara, los mimos de Juegos Imperiales evitan la comicidad fácil al verlos mover los músculos faciales: ahora hablará el resto de la anatomía, el cuerpo contará el cuento. 
Por supuesto, se trata de un espectáculo multimedia, algunas cosas no caben decirlas simplemente trajeados y enmascarados, pues se trata, como si no alcanzara ya su originalidad, de inmiscuirse en la historia, o sea, en la política. Aunque estrenada en 2019, nada más actual, actuante, en el 2020. Juegos recordaba el año pasado y advierte ahora, con la guerra pisando nuestros talones, inadvertida, abrupta y procaz. A través de un juego, el homo ludens dramático de toda la vida relatará los horrores de los imperios. El teatro juega, la política tiene su propio juego, llamado simplemente la guerra. Y así, se apela a imágenes de archivo, a las batallas filmadas del siglo XX, a los quemados de Vietnam, a otros tantos rodajes mudos donde aún se puede reponer lo indecible, el dolor de la humanidad lacerada. Por si hiciera falta, los personajes remedan las ametralladoras, suena detrás el grito de las sirenas. La risa es deliberadamente grotesca: nos reímos con los actores, pero no de lo que ellos dicen, la gramática y la coreografía del horror. 
Jurij Maletic y Joaquín Baldín son el Sr. HA. y. el Sr. BE, visten atildados y elegantes, su cara de látex parece una caricatura, y juegan al ajedrez. Las hostilidades se declaran allí, en un escritorio, los trebejos no se mueven por propia voluntad, están imantados al tablero y en algún momento se patea a éste. Hombres de traje deciden quiénes morirán lejos de esas estrategias de conciliábulo y buenas maneras, uno de ellos puede tirar al público una cabeza réplica del otro casi como un basquetbolista, o empujar un tanque de juguete en el piso como un niño. Pero esta mímica es la de matar y morir, la vida es una imitación, la mascarada un criptograma de la más cruda realidad.
Espectáculo excepcional, inesperado, que casi crea su propio género, Juegos imperiales exige un público también inesperado, vuelto del revés en la perspectiva del chiste verbal. En medio del fragor de una temporada teatral, de los textos de memoria, el dialogismo, las entradas y salidas a través de puertas de cartón, vamps revisteriles, galanes de tevé, comedias macdonalizadas estándar, de pronto se acabó el ruido. Empieza el teatro. 


Gabriel Cabrejas

PD.: Los actores –a los que debemos sumar el idóneo sintetizador de Emmanuel Baldín y un equipo sólido de colaboradores detrás—homenajean a un maestro inolvidable, Igon Lerchundi, fallecido en 2019, español ecuménico y padre de generaciones de mimos en Argentina y el mundo. Nos adherimos a esta emocionada dedicatoria.

Cuarta temporada triunfal de "Juegos Imperiales." en Mar del Plata

  Juegos Imperiales. (Premio Teatro del Mundo 2019.) Idea y Dirección Joaquín Baldín. “¿Y si un día de estos, de tanto jugar a la Guer...